lunes, 15 de julio de 2013

Clase 15-19 de julio de 2013

Decidí dejar esta lección en forma de texto porque me parece innecesaria la presencia de un video para explicar estos puntos.

Esta vez aprenderemos algunas generalidades sobre luz y sombras y luego haremos un ejercicio de dos partes donde aplicaremos lo aprendido. Espero que la información sea clara y precisa, aunque pueden preguntar lo que deseen.

En la imagen a continuación, pueden ver tres figuras geométricas: una esfera, un cubo y una pirámide. Estas tres figuras están dispuestas sobre la cara superior de un cilindro. Pueden notar que existen en esta composición dos clases de sombras: sombras propias y proyectadas.


Las sombras propias son las que delatan la volumetría del objeto. Son las sombras que se crean cuando un objeto es bañado por la luz y que hace que nos demos cuenta que la esfera es, en efecto, una esfera y no un círculo plano.

Las sombras proyectadas son las que el objeto proyecta sobre otra superficie. En este caso específico, son las sombras que las tres formas geométricas están proyectando sobre la superficie del cilindro.
En la imagen, existe una luz proveniente de una fuente ubicada hacia la parte superior izquierda. Esta luz genera las sombras propias y las sombras proyectadas, pero además ocurren otros fenómenos que veremos a continuación.

Si se fijan en la esfera, verán que en la parte de la sombra hay un área más iluminada que he denominado “luz refleja”. Dicha área está iluminada por la luz que ha rebotado desde la superficie del “piso”. Si observan bien, se darán cuenta que los demás objetos también reciben luz de rebote desde el piso y que incluso el piso recibe un poco de luz desde los objetos (sobre todo cerca del cubo). La línea que he etiquetado como “terminator” señala el punto que separa el área de la esfera iluminada directamente de aquella iluminada por luz de rebote. El punto etiquetado como “oclusión” señala la sombra más oscura que se crea cuando dos objetos se encuentran uno junto a otro, justo en el área en que ellos se encuentran más cercanos.

Por supuesto, si los objetos poseen algún color, las luces que rebotan desde ellos tendrán también el color de su superficie. Por ejemplo, si ponen (bajo la luz del sol) una pelota roja sobre una cartulina amarilla, la luz de rebote proyectada por la cartulina sobre la parte inferior de la pelota tenderá a ser un poco anaranjada, tal como sucede en la versión coloreada de la imagen:


Ejercicio.
Haremos un ejercicio dividido en dos partes para interiorizar bien los conceptos que hemos aprendido hasta ahora.

Para comenzar, tomaremos dos hojas de papel para acuarela del tamaño aproximado de un octavo de mercurio y crearemos en él un margen de dos centímetros por lado. Sobre él dibujaremos las tres formas geométricas que hemos estado revisando: una esfera, un cubo y una pirámide, las tres dispuestas sobre la superficie superior de un cilindro. La opción de calcar directamente la imagen que les entrego junto a estas líneas es válida.

La primera versión del dibujo debe ser coloreada usando sólo acuarela de color negro y agua, debe tenerse en consideración toda la información entregada anteriormente y se deben utilizar las técnicas de acuarela aprendidas en el ejercicio de “los 6 círculos” que ya hicieron, eligiendo cuál de ellas resulta más práctica para cada área u objeto según estimen necesario.

La segunda versión del dibujo debe ser coloreada usando acuarelas de diversos colores y agua. No es obligatorio utilizar la misma paleta de colores de la imagen, pero en cualquier caso los colores deben escogerse con buen criterio para lograr una composición atractiva e igualmente debe tenerse en consideración la información ya entregada más las técnicas ejercitadas en el ejercicio anterior.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Cuento: "Ema", por José Luis Flores


Cuento: "Ema", por José Luis Flores

I

No hay otra forma de decirlo: Knut Hiller, médico de vocación, se enamoró de un modesto pero hermoso biplano. Esto ocurrió en su primera y última visita a la feria de la capital, a la que había asistido más por aburrimiento que por otra cosa, pretendiendo enterarse de las maravillas del mundo: automóviles, monoplazas, sirvientes mecánicos, máquinas de contabilidad y un centenar de creaciones que habrían de acompañar al hombre en un futuro próximo. 

Materiales


Materiales que usaremos durante el semestre:
·         Croquera
·         Lápices de grafito hb, 2b
·         Goma
·         Corta Cartón
·         Masking Tape
·         Lápices de colores.
o   Recomendado: Faber Castell acuarelables de 24 colores
·         Papel apropiado para lápices de colores
o   Recomendado: Fabriano 4
·         Acuarela en tubos.
o   Recomendado: Pentel Arts , Water Colours 18 colores.
·         Papel para acuarela.
o   Recomendado: Canson Montval 300 g.
·         Pinceles 0, 4 y 8
o   Recomendados: Ocean y Winston & Newton
·         Mezclador
·         Estilógrafos 0.1, 0.3, 05, 07. Plumón negro biselado.
o   En su defecto, recomiendo mucho más: Faber Castell Pitt Artist Pen (black 199***) y Pitt Artist Pen big brush
·         Block de dibujo artel 1/4.

Semestre Verano

A partir de este post comienza el curso semestre verano de expresión gráfica.

viernes, 7 de septiembre de 2012

martes, 10 de julio de 2012

Lista

Alumnos. Por favor revisar la siguiente lista y confirmar que los siguientes alumnos son parte del curso. Por favor avísenme, sobre todo, si alguno de ellos ya no forma parte del curso:

Carolina Cuevas
Camila Vinagre
Camilo Puebla
Catalina Rubio
Cecilia Moya
Cristian Fernández
Daniel Hoyos
Daniel Palma
Daniela Heresi
Diego Salinas
Enzo Sepúlveda
Felipe Solaris
Francia Villalobos
Gonzalo Bustamante
Hugo Mellez
José Miguel Herrera
K. Dietz
Karina Obreque
Katherine Durán
Leonor Barba
Manuel Santa Cruz
Marcia Lizana
María José Salinas
Matías Aracena
Maxamara Garrido
Nicole Rozas
Pamela Palma
Renzo Contreras
Santiago Sancha
Tatiana Cádiz
Vanessa Veloz
Yazmín Jiménez
Yohana Tapia
Muchas gracias por su atención.

miércoles, 13 de junio de 2012


Estimados alumnos. A continuación les describo las actividades para el próximo día viernes. Por favor, compartan esta información con sus compañeros.

Materiales:
Requieren llevar a clases los materiales para pintar a la acuarela. Consideren llevar hojas adicionales para hacer pruebas.

Croquera, lápiz.
Imágenes (digitales , recortes o impresiones) de pinturas, ornamento, ropa, arquitectura e ilustraciones de la época victoriana.

Cámara fotográfica (puede ser la del celular)

También deben leer este texto. Idealmente llévenlo también impreso:

La esfinge sin secretos.
The sphinx without a secret, Oscar Wilde (1854-1900)


Un aguafuerte.
Una tarde, tomaba mi vermú en la terraza del Café de la Paix, contemplando el esplendor y la miseria de la vida parisina y asombrándome del extraño panorama de orgullo y pobreza que desfilaba ante mis ojos, cuando oí que alguien me llamaba. Volví la cabeza y vi a lord Murchison. No nos habíamos vuelto a ver desde nuestra época de estudiantes, hacía casi diez años, así que me encantó encontrarme de nuevo con él y nos dimos un fuerte apretón de manos. En Oxford habíamos sido grandes amigos. Yo le había apreciado muchísimo, ¡era tan apuesto, íntegro y divertido! Solíamos decir que habría sido el mejor de los compañeros si no hubiese dicho siempre la verdad, pero creo que todos le admirábamos más por su franqueza. Me pareció que estaba muy cambiado. Daba la impresión de estar inquieto y desorientado, como si dudara de algo. Comprendí que no podía ser un caso de escepticismo moderno, pues Murchison era el más firme de los conservadores, y creía con la misma convicción en el Pentateuco que en la Cámara de los Pares; así que llegué a la conclusión de que se trataba de una mujer, y le pregunté si se había casado.

-No comprendo suficientemente bien a las mujeres -respondió.
-Mi querido Gerald -dije-, las mujeres están hechas para ser amadas, no comprendidas.
-Soy incapaz de amar a alguien en quien no puedo confiar -replicó.
-Creo que hay un misterio en tu vida, Gerald -exclamé-; ¿de qué se trata?
-Vamos a dar una vuelta en coche -contestó-, aquí hay demasiada gente. No, un carruaje amarillo no, de cualquier otro color... Mira, aquel verde oscuro servirá.
Y poco después bajábamos trotando por el bulevar en dirección a la Madeleine.
-¿Dónde vamos? -quise saber.
-¡Oh, donde tú quieras! -repuso-. Al restaurante del Bois de Boulogne; cenaremos allí y me hablarás de tu vida.
-Me gustaría que tú lo hicieras antes -dije-. Cuéntame tu misterio.

Lord Murchison sacó de su bolsillo una cajita de tafilete con cierre de plata y me la entregó. La abrí. En el interior llevaba la fotografía de una mujer. Era alta y delgada, y de un extraño atractivo, con sus grandes ojos de mirada distraída y su pelo suelto. Parecía una clairvoyante, e iba envuelta en ricas pieles.

-¿Qué opinas de ese rostro? -inquirió-. ¿Lo crees sincero?

Lo examiné detenidamente. Tuve la sensación de que era el rostro de alguien que guardaba un secreto, aunque fuese incapaz de adivinar si era bueno o malo. Se trataba de una belleza moldeada a fuerza de misterios... una belleza psicológica, en realidad, no plástica... y el atisbo de sonrisa que rondaba sus labios era demasiado sutil para ser realmente dulce.

-Bueno -exclamó impaciente-, ¿qué me dices?
-Es la Gioconda envuelta en martas cibelinas -respondí-. Cuéntame todo sobre ella.
-Ahora no, después de la cena -replicó, antes de empezar a hablar de otras cosas.

Cuando el camarero trajo el café y los cigarrillos, recordé a Gerald su promesa. Se levantó de su asiento, recorrió dos o tres veces de un lado a otro la estancia y, desplomándose en un sofá, me contó la siguiente historia:

-Una tarde -dijo-, estaba paseando por Bond Street alrededor de las cinco. Había una gran aglomeración de carruajes, y éstos estaban casi parados. Cerca de la acera, había un pequeño coche amarillo que, por algún motivo, atrajo mi atención. Al pasar junto a él, vi asomarse el rostro que te he enseñado esta tarde. Me fascinó al instante. Estuve toda la noche obsesionado con él, y todo el día siguiente. Caminé arriba y abajo por esa maldita calle, mirando dentro de todos los carruajes y esperando la llegada del coche amarillo; pero no pude encontrar a ma belle inconnue y empecé a pensar que se trataba de un sueño. Aproximadamente una semana después, tenía una cena en casa de Madame de Rastail. La cena iba a ser a las ocho; pero, media hora después, seguíamos esperando en el salón. Finalmente, el criado abrió la puerta y anunció a lady Alroy. Era la mujer que había estado buscando. Entró muy despacio, como un rayo de luna vestido de encaje gris y, para mi inmenso placer, me pidieron que la acompañase al comedor.

-Creo que la vi en Bond Street hace unos días, lady Alroy -exclamé con la mayor inocencia cuando nos hubimos sentado.
Se puso muy pálida y me dijo quedamente:
-No hable tan alto, por favor; pueden oírle.

Me sentí muy desdichado por haber empezado tan mal, y me zambullí imprudentemente en el asunto del teatro francés. Ella apenas decía nada, siempre con la misma voz baja y musical, y parecía tener miedo de que alguien la escuchara. Me enamoré apasionada, estúpidamente de ella, y la indefinible atmósfera de misterio que la rodeaba despertó mi más ferviente curiosidad. Cuando estaba a punto de marcharse, poco después de la cena, le pregunté si me permitiría ir a visitarla. Ella pareció vacilar, miró a uno y otro lado para comprobar si había alguien cerca de nosotros, y luego repuso:

-Sí, mañana a las cinco menos cuarto.

Pedí a Madame de Rastail que me hablara de ella, pero lo único que logré saber fue que era una viuda con una casa preciosa en Park Lane; y como algún aburrido científico empezó a disertar sobre las viudas, a fin de ilustrar la supervivencia de los más capacitados para la vida matrimonial, me despedí y regresé a casa.

Al día siguiente llegué a Park Lane con absoluta puntualidad, pero el mayordomo me comunicó que lady Alroy acababa de marcharse. Me dirigí al club bastante apesadumbrado y totalmente perplejo, y, después de meditarlo con detenimiento, le escribí una carta pidiéndole permiso para intentar visitarla cualquier otra tarde. No recibí ninguna respuesta en varios días, pero finalmente llegó una pequeña nota diciendo que estaría en casa el domingo a las cuatro, y con esta extraordinaria postdata: "Le ruego que no vuelva a escribirme a esta dirección; se lo explicaré cuando le vea". El domingo me recibió y no pudo estar más encantadora; pero, cuando iba a marcharme, me rogó que, si en alguna ocasión la escribía de nuevo, dirigiera mi carta "a la atención de la señora Knox, Biblioteca Whittaker, Green Street”.

-Existen razones -dijo- que no me permiten recibir cartas en mi propia casa.

Durante toda aquella temporada, la vi con asiduidad, Y jamás la abandonó aquel aire de misterio. A veces se me ocurría pensar que estaba bajo el poder de algún hombre, pero parecía tan inaccesible que no podía creerlo. Era realmente difícil para mí llegar a alguna conclusión, pues era como uno de esos extraños cristales que se ven en los museos, y que tan pronto son transparentes como opacos. Al final decidí pedirle que se casara conmigo: estaba harto del constante sigilo que imponía a todas mis visitas y a las escasas cartas que le enviaba. Le escribí a la biblioteca para preguntarle si podía reunirse conmigo el lunes siguiente a las seis. Me respondió que sí, y yo me sentí en el séptimo cielo. Estaba loco por ella, a pesar del misterio, pensaba yo entonces -por efecto de él, comprendo ahora-. No; era la mujer lo que yo amaba. El misterio me molestaba, me enloquecía. ¿Por qué me puso el azar en su camino?

-Entonces, ¿lo descubriste? -exclamé.
-Eso me temo -repuso-. Puedes juzgar por ti mismo.

El lunes fui a almorzar con mi tío y, hacia las cuatro, llegué a Marylebone Road. Mi tío, como sabes, vive en Regent’s Park. Yo quería ir a Piccadilly y, para atajar, atravesé un montón de viejas callejuelas. De pronto, vi delante de mí a lady Alroy, completamente tapada con un velo y andando muy deprisa. Al llegar a la última casa de la calle, subió los escalones, sacó una llave y entró en ella. "He aquí el misterio", pensé; y me acerqué presuroso a examinar la vivienda. Parecía uno de esos lugares que alquilan habitaciones. Su pañuelo se había caído en el umbral. Lo recogí y lo metí en mi bolsillo. Entonces empecé a cavilar sobre lo que debía hacer. Llegué a la conclusión de que no tenía el menor derecho a espiarla y me dirigí en carruaje al club. A las seis aparecí en su casa. Se hallaba recostada en un sofá, con un elegante vestido de tisú plateado sujeto con unas extrañas adularias que siempre llevaba. Estaba muy hermosa.

-No sabe cuánto me alegro de verlo -dijo-; no he salido en todo el día

La miré sorprendido, y sacando el pañuelo de mi bolsillo, se lo entregué.

-Se le cayó esta tarde en Cummor Street, lady Alroy -señalé sin inmutarme.

Me miró horrorizada, pero no hizo ninguna tentativa de coger el pañuelo.

-¿Qué estaba haciendo allí? -inquirí.
-¿Y qué derecho tiene usted a preguntármelo? -exclamó ella.
-El derecho de un hombre que la quiere -contesté-; he venido para pedirle que sea mi mujer.

Ocultó el rostro entre las manos y se deshizo en un mar de lágrimas.

-Debe contármelo -proseguí.

Ella se puso en pie y, mirándome a la cara, respondió:

-Lord Murchison, no tengo nada que contarle.
-Fue usted a reunirse con alguien -afirmé-; ése es su misterio.

Lady Alroy adquirió una palidez cadavérica y dijo:

-No fui a reunirme con nadie.
-¿Acaso no puede decir la verdad? -exclamé.
-Ya se la he dicho -repuso.

Yo estaba furibundo, enloquecido; no recuerdo mis palabras, pero la acusé de cosas terribles. Finalmente, me precipité fuera de su domicilio. Ella me escribió una carta al día siguiente; se la devolví sin abrir y me fui a Noruega con Alan Colville. Regresé un mes más tarde y lo primero que leí en el Morning Post fue la muerte de lady Alroy. Se había resfriado en la ópera, y había muerto de una congestión pulmonar a los cinco días. Me encerré en casa y no quise ver a nadie. La había querido demasiado, la había amado con locura. ¡Santo Dios! ¡Cuánto había amado a esa mujer!

-¿Y nunca fuiste a aquella casa? -le interrumpí.
-Sí -replicó.

Un día me dirigí a Cummor Street. No pude evitarlo; me torturaba la duda. Llamé a la puerta y me abrió una mujer de aire respetable. Le pregunté si tenía alguna habitación para alquilar.

-Verá, señor -contestó-, en teoría los salones están alquilados, pero, como hace tres meses que la señora no viene y que nadie paga la renta, puede usted quedarse con ellos.
-¿Es ésta su inquilina? -quise saber, mostrándole la foto.
-Sin duda alguna -exclamó-, y ¿cuándo piensa volver, señor?
-La señora ha fallecido -repuse.
-¡Oh, señor, espero que no sea cierto! -dijo la mujer-. Era mi mejor inquilina. Me pagaba tres guineas a la semana sólo por sentarse en mis salones de vez en cuando.
-¿Se reunía con alguien? -le pregunté.

Pero la mujer me aseguró que no, que siempre llegaba sola y jamás veía a nadie.

-¿Y qué diablos hacía? -inquirí.
-Se limitaba a sentarse en el salón, señor, y leía libros; a veces también tomaba el té -respondió ella.

No supe qué contestarle, así que le di una libra y me marché.

-Y bien, ¿qué crees que significaba todo aquello? ¿No pensarás que la mujer decía la verdad?
-Pues claro que lo pienso.
-Entonces, ¿por qué acudía allí lady Alroy?
-Mi querido Oswald -repliqué-, lady Alroy era simplemente una mujer obsesionada con el misterio. Alquiló esas habitaciones por el placer de ir allí tapada con su velo, imaginando que era la heroína de una novela. Le encantaban los secretos, pero no era más que una esfinge sin secreto.
-¿De veras lo crees?
-Estoy convencido. Sacó la cajita de tafilete, la abrió y contempló la fotografía.
-Sigo teniendo mis dudas -exclamó finalmente.

Oscar Wilde (1854-1900)